Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'
Vecino. La balanza del poder… y el peso de tu vida.
O de cómo una ciudad aprobó un presupuesto entero… sin escuchar a quien lo paga.
Vecino.
El pasado miércoles se celebró en Calp la votación más importante del año.
El acto jurídico que decide qué se hace con tu dinero: el Presupuesto 2026.
No llevaba pancartas. No había charanga ni fotos con globos.
No salió en los carteles de “gracias por confiar en nosotros”.
Y, sin embargo, es el papel que manda sobre todos los demás.
Son 45,8 millones de euros en doce meses.
Cuarenta y cinco millones que salen, en buena parte, de tus recibos.
Y es el tercer presupuesto completo de esta legislatura.
Probablemente, el último antes de las elecciones de 2027.
Tres veces ha tenido el poder la oportunidad de marcar un rumbo.
Tres veces ha elegido mirarse al espejo.
En el salón de plenos, el poder se gustó.
Se dijo cosas bonitas:
«Somos prudentes».
«Cumplimos todas las reglas de Madrid».
«No tenemos deuda».
«Tenemos más de 55 millones de euros en los bancos».
«Somos un Ayuntamiento modélico».
Se felicitó por tener casi nueve millones de remanente.
Se felicitó por poder gastar “solo” seis y medio este año porque el plan económico-financiero lo permite.
Se felicitó por aprobar el presupuesto en noviembre, “como los ayuntamientos serios”.
Hablaron de capítulos, de reglas de gasto, de estabilidad, de cuentas remuneradas.
El relato era claro: somos responsables, somos ordenados, somos un ejemplo.
Mirando hacia dentro, todo brillaba.
Mirando hacia fuera… la cosa cambia.
Mira la imagen de este Lunes Negro.
En medio del salón de plenos, justo donde debería ir la conciencia del Ayuntamiento, se levanta una balanza de hierro.
En el platillo de la izquierda, hasta rebosar:
expedientes, informes, gráficos de barras, contratos, paquetes de billetes, el documento de «Presupuesto 2026» sujeto por una pinza de madera.
En el platillo de la derecha, casi colgando en el aire:
Una casita de juguete, un carrito de la compra vacío, un papel que dice VIVIENDA.
No hace falta ser economista para ver hacia dónde cae el peso.
No es una foto.
Es un diagnóstico.
En los micrófonos del pleno, lo que más pesó fueron las partidas que llevan décadas pesando.
- Para la recogida de basura: casi siete millones recaudados.
- Para la empresa concesionaria: más de cuatro millones y medio.
- Para personal: más de veintiún millones.
- Para lo que ya está en marcha desde hace años: millones y millones más.
Todo tiene cifra.
Todo tiene capítulo.
Todo tiene informe.
También hay números exactos para lo que brilla:
- 100.000 € para el festival con «Nacha Pop y El Drogas».
Ni un solo euro concreto para que un joven pueda comprar vivienda pública en Calp
- Cientos de miles de euros en campañas, en actos, en «programas de dinamización».
Ahí no hay dudas, ni “ya veremos”, ni “cuando se pueda”.
Ahí el dinero baja como una cortina de confeti.
Y, sin embargo, cuando alguien pregunta por vivienda, el guion cambia.
Se habla de «priorizar».
Se habla de «estudiar líneas de ayuda».
Se habla de «ir incorporando remanentes».
Pero no se dice cuánto, cuándo, dónde.
Presupuesto es una palabra fría para algo muy sencillo:
¿en qué se gasta tu dinero?
Y hoy sabemos con cifras qué se va a gastar en un escenario de una noche.
Pero no sabemos qué se va a hacer para que puedas seguir viviendo en tu pueblo.
Hay otra balanza que nadie enseñó en el pleno.
No está en ningún gráfico.
No tiene logotipo.
No luce en el atril.
Es la balanza que llevas tatuada en el banco y en el alma:
- 950 € de alquiler por un piso que no es tuyo.
- 780 € de IBI por una casa que quizá no podrás legar a tus hijos.
- 310 € de tasa de basura que se ha triplicado desde 2018.
- 169 € de luz por encender bombillas con prudencia.
Esos números no están en el Presupuesto.
Pero son los que deciden si llegas a fin de mes o te vas.
Hace unas semanas, en la Entrega XX,
contábamos cómo Calp se ha convertido en una ciudad
donde el alquiler medio roza los 1.200 €,
donde el salario medio apenas pasa de 1.300 €,
donde un piso en el Saladar se anuncia a 700.000 €,
donde una casa de pueblo se vende mínimo por 400.000 €,
y donde ya más de la mitad de quienes vivimos aquí no somos de aquí.
Lo escribimos en mármol:
Calp empieza a quedarse sin pueblo.
Hoy, en el Presupuesto, esa urgencia volvió a ser un susurro.
Una frase de protocolo.
Un «ya veremos» escondido entre páginas.
Mientras dentro del salón se habla de capítulos,
fuera la película es otra.
El cartel de las fiestas de 2026 ya está diseñado.
La foto será perfecta.
El programa, brillante.
Lo que no aparece en ese cartel es la palabra que decidieron dejar en el platillo más ligero de la balanza: vivienda.
No se trata de apagar la música.
Se trata de que la banda sonora no tape los golpes de puerta de quienes se marchan.
Si el pleno del miércoles fuera una serie,
tendría dos tipos de plano.
En el primero, veríamos lo oficial:
- La mesa del salón de plenos,
- las carpetas ordenadas,
- el reloj marcando la hora exacta,
- los micrófonos encendidos,
- el escudo iluminado.
En el segundo plano —ese que nadie enfoca—
veríamos la otra documentación:
- recibos de basura con tres cifras,
- contratos de alquiler con cláusulas de renovación trimestral,
- nóminas que no suben al ritmo del IPC,
- cartas del banco subrayadas en amarillo.
Ambos son papeles.
Solo que unos se discuten y se aplauden.
Y los otros se esconden en cajones de cocina.
Un presupuesto no es un trámite.
Es una declaración de prioridades.
Si después de tres ejercicios completos
la vivienda sigue siendo un párrafo de transición,
no es por falta de informes.
Es por falta de decisión.
Un Ayuntamiento puede tener las cuentas impecables
y, al mismo tiempo, tener las calles llenas de carteles de alquiler,
los jóvenes haciendo maletas,
y las familias mirando portales inmobiliarios de otros pueblos.
Eso no es estabilidad.
Eso es una calma tensa.
La silla que faltaba.
La silla del vecino que no estaba invitado a explicar
qué significa pagar 950 € de alquiler y 300 € de basura
mientras escucha cómo se felicitan por tener 55 millones en la cuenta.
Gobernar no es hablar de ti mismo durante tres horas.
Gobernar es, sobre todo, escuchar a quien paga la luz del salón de plenos
y actuar en consecuencia.
Esa silla vacía pesaba más que cualquier informe.
Vecino.
Un Presupuesto puede estar técnicamente perfecto
y moralmente vacío.
Puede cumplir todas las reglas de Madrid
y seguir incumpliendo la primera:
no dejar a tu pueblo atrás.
El miércoles se votó un papel.
Se aplaudió un procedimiento.
Se remataron cifras, se movieron partidas,
se habló de millones que la mayoría nunca verá.
Pero la balanza sigue inclinada en el lado equivocado.
El poder calculó sus números.
Tú seguirás calculando tus recibos.
El papel ya está aprobado.
El pueblo, no.
Y, como todo lo que se escribe en el mármol,
este Lunes Negro quedará ahí,
mirando a la ciudad en silencio:
una vez leído, no podrá ser desleído.
Hasta el próximo lunes, Legión.
AVE CALPINVS.

Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

Vecino.
El pasado miércoles se celebró en Calp la votación más importante del año.
El acto jurídico que decide qué se hace con tu dinero: el Presupuesto 2026.
No llevaba pancartas. No había charanga ni fotos con globos.
No salió en los carteles de “gracias por confiar en nosotros”.
Y, sin embargo, es el papel que manda sobre todos los demás.
Son 45,8 millones de euros en doce meses.
Cuarenta y cinco millones que salen, en buena parte, de tus recibos.
Y es el tercer presupuesto completo de esta legislatura.
Probablemente, el último antes de las elecciones de 2027.
Tres veces ha tenido el poder la oportunidad de marcar un rumbo.
Tres veces ha elegido mirarse al espejo.
En el salón de plenos, el poder se gustó.
Se dijo cosas bonitas:
«Somos prudentes».
«Cumplimos todas las reglas de Madrid».
«No tenemos deuda».
«Tenemos más de 55 millones de euros en los bancos».
«Somos un Ayuntamiento modélico».
Se felicitó por tener casi nueve millones de remanente.
Se felicitó por poder gastar “solo” seis y medio este año porque el plan económico-financiero lo permite.
Se felicitó por aprobar el presupuesto en noviembre, “como los ayuntamientos serios”.
Hablaron de capítulos, de reglas de gasto, de estabilidad, de cuentas remuneradas.
El relato era claro: somos responsables, somos ordenados, somos un ejemplo.
Mirando hacia dentro, todo brillaba.
Mirando hacia fuera… la cosa cambia.
Mira la imagen de este Lunes Negro.
En medio del salón de plenos, justo donde debería ir la conciencia del Ayuntamiento, se levanta una balanza de hierro.
En el platillo de la izquierda, hasta rebosar:
expedientes, informes, gráficos de barras, contratos, paquetes de billetes, el documento de «Presupuesto 2026» sujeto por una pinza de madera.
En el platillo de la derecha, casi colgando en el aire:
Una casita de juguete, un carrito de la compra vacío, un papel que dice VIVIENDA.
No hace falta ser economista para ver hacia dónde cae el peso.
No es una foto.
Es un diagnóstico.
En los micrófonos del pleno, lo que más pesó fueron las partidas que llevan décadas pesando.
- Para la recogida de basura: casi siete millones recaudados.
- Para la empresa concesionaria: más de cuatro millones y medio.
- Para personal: más de veintiún millones.
- Para lo que ya está en marcha desde hace años: millones y millones más.
Todo tiene cifra.
Todo tiene capítulo.
Todo tiene informe.
También hay números exactos para lo que brilla:
- 100.000 € para el festival con «Nacha Pop y El Drogas».
Ni un solo euro concreto para que un joven pueda comprar vivienda pública en Calp - Cientos de miles de euros en campañas, en actos, en «programas de dinamización».
Ahí no hay dudas, ni “ya veremos”, ni “cuando se pueda”.
Ahí el dinero baja como una cortina de confeti.
Y, sin embargo, cuando alguien pregunta por vivienda, el guion cambia.
Se habla de «priorizar».
Se habla de «estudiar líneas de ayuda».
Se habla de «ir incorporando remanentes».
Pero no se dice cuánto, cuándo, dónde.
Presupuesto es una palabra fría para algo muy sencillo:
¿en qué se gasta tu dinero?
Y hoy sabemos con cifras qué se va a gastar en un escenario de una noche.
Pero no sabemos qué se va a hacer para que puedas seguir viviendo en tu pueblo.
Hay otra balanza que nadie enseñó en el pleno.
No está en ningún gráfico.
No tiene logotipo.
No luce en el atril.
Es la balanza que llevas tatuada en el banco y en el alma:
- 950 € de alquiler por un piso que no es tuyo.
- 780 € de IBI por una casa que quizá no podrás legar a tus hijos.
- 310 € de tasa de basura que se ha triplicado desde 2018.
- 169 € de luz por encender bombillas con prudencia.
Esos números no están en el Presupuesto.
Pero son los que deciden si llegas a fin de mes o te vas.
Hace unas semanas, en la Entrega XX,
contábamos cómo Calp se ha convertido en una ciudad
donde el alquiler medio roza los 1.200 €,
donde el salario medio apenas pasa de 1.300 €,
donde un piso en el Saladar se anuncia a 700.000 €,
donde una casa de pueblo se vende mínimo por 400.000 €,
y donde ya más de la mitad de quienes vivimos aquí no somos de aquí.
Lo escribimos en mármol:
Calp empieza a quedarse sin pueblo.
Hoy, en el Presupuesto, esa urgencia volvió a ser un susurro.
Una frase de protocolo.
Un «ya veremos» escondido entre páginas.
Mientras dentro del salón se habla de capítulos,
fuera la película es otra.
El cartel de las fiestas de 2026 ya está diseñado.
La foto será perfecta.
El programa, brillante.
Lo que no aparece en ese cartel es la palabra que decidieron dejar en el platillo más ligero de la balanza: vivienda.
No se trata de apagar la música.
Se trata de que la banda sonora no tape los golpes de puerta de quienes se marchan.
Si el pleno del miércoles fuera una serie,
tendría dos tipos de plano.
En el primero, veríamos lo oficial:
- La mesa del salón de plenos,
- las carpetas ordenadas,
- el reloj marcando la hora exacta,
- los micrófonos encendidos,
- el escudo iluminado.
En el segundo plano —ese que nadie enfoca—
veríamos la otra documentación:
- recibos de basura con tres cifras,
- contratos de alquiler con cláusulas de renovación trimestral,
- nóminas que no suben al ritmo del IPC,
- cartas del banco subrayadas en amarillo.
Ambos son papeles.
Solo que unos se discuten y se aplauden.
Y los otros se esconden en cajones de cocina.
Un presupuesto no es un trámite.
Es una declaración de prioridades.
Si después de tres ejercicios completos
la vivienda sigue siendo un párrafo de transición,
no es por falta de informes.
Es por falta de decisión.
Un Ayuntamiento puede tener las cuentas impecables
y, al mismo tiempo, tener las calles llenas de carteles de alquiler,
los jóvenes haciendo maletas,
y las familias mirando portales inmobiliarios de otros pueblos.
Eso no es estabilidad.
Eso es una calma tensa.
La silla que faltaba.
La silla del vecino que no estaba invitado a explicar
qué significa pagar 950 € de alquiler y 300 € de basura
mientras escucha cómo se felicitan por tener 55 millones en la cuenta.
Gobernar no es hablar de ti mismo durante tres horas.
Gobernar es, sobre todo, escuchar a quien paga la luz del salón de plenos
y actuar en consecuencia.
Esa silla vacía pesaba más que cualquier informe.
Vecino.
Un Presupuesto puede estar técnicamente perfecto
y moralmente vacío.
Puede cumplir todas las reglas de Madrid
y seguir incumpliendo la primera:
no dejar a tu pueblo atrás.
El miércoles se votó un papel.
Se aplaudió un procedimiento.
Se remataron cifras, se movieron partidas,
se habló de millones que la mayoría nunca verá.
Pero la balanza sigue inclinada en el lado equivocado.
El poder calculó sus números.
Tú seguirás calculando tus recibos.
El papel ya está aprobado.
El pueblo, no.
Y, como todo lo que se escribe en el mármol,
este Lunes Negro quedará ahí,
mirando a la ciudad en silencio:
una vez leído, no podrá ser desleído.
Hasta el próximo lunes, Legión.
AVE CALPINVS.

Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.


























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