Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'
Vecino. A ti te engañan, pero a Europa no.
O de cómo Europa mide con regla mientras el poder local improvisa con palabras.
Vecino,
A ti te engañan.
No a Europa.
Europa mide.
Europa pone nota.
Nuestros representantes no llegaron al mínimo.
Suspenso técnico.
Suspenso moral.
Mientras tanto,
sufres la abusiva tasa de basura que acabas de pagar.
Calp ha dejado de ingresar 7 millones de euros.
No por castigo, sino por incapacidad técnica.
El municipio quedó fuera de los fondos europeos EDIL,
su propuesta no alcanzó el mínimo exigido de 50 puntos sobre 100.
Así lo dice la resolución oficial.
El dato es objetivo,
pero la explicación oficial es un laberinto de frases vagas.
Sin embargo, la norma es clara:
quien no llega al mínimo, queda descartado.
Europa no penaliza ideologías; penaliza la falta de método.
Mientras tanto, la tasa de basura es el doble o el cuasi triple que antes:
por el dinero que no llega y por la factura que ya llegó.
¿Quién paga?
Tú.
Siempre tú, vecino.
El mínimo no es una cifra.
Es la frontera entre el método y la excusa.
Entre gobernar y fingir.
En derecho, los indicios son las huellas de la verdad.
Aquí están los nuestros:
1. - Una propuesta que no supera el estándar mínimo.
2. - Una tasa de basura que se duplicó.
3. - Siete millones dejados de ingresar.
4. - Ningún responsable que lo explique con claridad.
Todo encaja: el problema no fue Europa.
El problema fue la preparación.
En tiempos de Augusto,
quien fallaba en la administración de una provincia
era llamado de vuelta a Roma para rendir cuentas ante el Senado.
No se consideraba afrenta; se consideraba justicia.
Porque el Imperio sabía,
que el mal desempeño contamina más que el enemigo.
Hoy deberíamos recordar esa lección:
quien no logra el mínimo no necesita enemigos,
necesita reemplazo.
Otros pueblos sí hicieron los deberes,
aunque no todos lograran la nota.
Aquí ni siquiera abrimos el libro.
Benidorm, La Nucía y Polop fueron aceptados.
Altea y Alfaz del Pi superaron la cota.
Podríamos pedirles que nos expliquen cómo lo hicieron y
que nos lean sus hojas de ruta.
Ellos llegaron al menos al mínimo.
Aquí, no.
Que expliquen.
Que escuchemos.
Y que aprendamos.
En Roma se enseñaba una lección simple:
la virtus era oficio, no adorno.
Quien gobernaba una provincia sin planificación,
debía rendir cuentas ante el Senado.
El mérito no era la fuerza ni la oratoria,
sino la capacidad de prever, ordenar y ejecutar.
Así se levantaron acueductos, calzadas, leyes.
La República prosperó mientras el método fue norma.
El desastre comenzó cuando el método se cambió por el instinto.
Cuando los cargos dejaron de estudiar los mapas
y empezaron a confiar en el azar de sus discursos.
Roma cayó muchas veces antes de caer del todo.
Cada caída fue una excusa disfrazada de informe.
La historia lo enseña sin ánimo de ofensa:
cuando el poder delega en quien no domina la técnica,
surgen los bárbaros.
Y entonces aparecieron los germanos.
Al principio fueron soldados de frontera,
aliados de Roma, después generales del Imperio.
Tenían fuerza, coraje, atrevimiento,
pero nunca fueron finos en el pensamiento ni en la administración.
No eran constructores: eran cruzadores de ríos.
La planificación les aburría; preferían la sorpresa.
La historia lo explica sin malicia:
el germano aprendió a mandar antes de aprender a gobernar.
Tomó la Roma que admiraba,
pero no entendió su método.
Y así convirtieron la ciudad del orden en un mosaico de impulsos y excusas.
Aquella mezcla de valentía y desorganización fue el principio de la caída.
No porque fueran enemigos,
sino porque no comprendía lo que dirigía.
Hoy, en Calp, el poder se comporta igual:
pretende dirigir sin entender lo que gestiona.
Habla de futuro con informes que no pasan mínimos.
Sube tasas con omisiones que pierden millones.
Y cuando Europa suspende,
responde con frases que a otro idioma.
Vecino,
El problema no es la lengua: es el método.
El germano de nuestro tiempo es ese dirigente que confunde entusiasmo con oficio.
Que cree que mandar es el éxito.
Y que, cuando fallan, culpan al mensajero o al calendario.
Europa no castiga a los bárbaros.
Castiga a las ciudades y al bárbaro que dejan gobernar.
Ahora nos dicen que «se analizará si procede recurrir».
En el foro romano eso se habría tomado como una burla.
Cicerón —que conocía bien la política y el cinismo—
escribió en sus Filípicas que decía:
«[…] el Estado perece cuando los incompetentes
creen que hablar sustituye al deber».
Y eso es exactamente lo que escuchamos hoy:
el poder que recurre con palabras lo que no supo cumplir con método.
La República romana sobrevivió siglos porque tenía un principio:
el poder se protege a sí mismo depurando sus errores.
Cuando el cónsul Varrón perdió la batalla de Cannas,
regresó a Roma esperando ser castigado.
El Senado no lo ejecutó,
pero tampoco lo mantuvo en el cargo.
Le agradecieron no haber desesperado —y le retiraron el mando.
Era su manera de decir:
«Agradecemos tu valor, pero la ciudad necesita a quien acierte».
Hoy deberíamos recordar esa lección:
quien no logra el mínimo no necesita enemigos,
necesita reemplazo.
Los romanos creían que la verecundia —la vergüenza pública—
era la frontera que separaba la política de la desvergüenza.
Quien perdía la vergüenza, perdía el cargo.
No hacía falta moción:
bastaba el silencio del foro.
Benidorm, La Nucía y Polop ya tienen el visto bueno.
Altea y Alfaz sí superaron el mínimo.
No es vanidad compararlos; es pedagogía.
Ellos pasaron la puerta. Nosotros nos quedamos fuera.
Europa mide con la misma regla para todos.
Y cuando el vecino aprueba y tú no,
ya no puedes culpar al temario.
Solo puedes mirar tu método.
Marco Aurelio escribió:
«Lo que no se mide, se descompone».
La virtud sin método se marchita;
la intención sin calendario se vuelve excusa.
Europa no nos pidió heroísmo,
nos pidió orden.
Y el orden, vecino, es la forma más alta de compasión:
permite que los recursos lleguen a tiempo a quien los necesita.
Perdimos ≈ 7,4 millones de inversión europea por falta de método.
Y mientras el dinero se alejaba, sufres la tasa de basura.
Fallaron arriba.
Cobraron abajo.
La Annona romana era el reparto de grano.
Un alivio momentáneo que mantenía a la plebe tranquila.
Hoy tenemos la versión moderna:
bonos, parches, diplomas.
Saciamos el día y olvidamos el siglo.
El pan que falta se sustituye por fotos.
El mármol no come de eso.
El pueblo que paga dos veces aprende a vivir en resignación,
y la resignación es el peor impuesto.
Epicteto decía que la libertad no consiste en hacer lo que uno quiere,
sino en querer lo que debe.
Nos hemos acostumbrado a querer sin deber.
A exigir sin preparar.
A invocar Europa sin estudiar sus normas.
La ciudad libre no es la que se queja, sino la que corrige.
Mañana hay PLENO.
La oposición no tiene por qué ser teatro ni oposición por sistema.
Tiene, primero, una obligación mínima:
preguntar, fiscalizar, exigir.
Si no lo hace, su función desaparece.
Si maquilla su silencio con entrevistas y fotos,
habrá cambiado la crítica por complacencia.
No pedimos épica; pedimos diligencia. Mañana en el pleno esperamos que las voces no se escondan detrás de ruedas de prensa:
- ¿Va a pedir la oposición explicaciones claras de por qué
Calp no alcanzó el mínimo exigido por Europa?
- ¿Van a exigir que se publique la hoja de puntuaciones
o seguiremos creyendo en comunicados sin datos?
- ¿Obligarán a aprobar un plan correctivo firmado,
con fechas y consecuencias, o volverán al «si procede»?
- ¿Seguirán subiendo la tasa de basura
mientras la ciudad deja de ingresar fondos europeos?
- ¿Defenderán el silencio del poder
o el derecho del pueblo a saber la verdad?
Cada silencio a una de estas preguntas será leído como decisión.
Son ejemplos que se pueden invitar para que expliquen su ruta para la «mejora de mínimos».
Si la oposición no trae esos ejemplos al pleno, pierde la oportunidad de marcar la diferencia.
Y la ciudadanía no olvida dos cosas: la palabra que no se dijo y la cuenta que le llegó.
No pedimos castigo: pedimos dignidad administrativa.
Porque un gobierno puede errar,
pero no puede ocultar ni justificar un error que ya está escrito en una resolución pública.
Mañana en el pleno, el vecindario escuchará.
Si la oposición habla con coraje y técnica, salvará la institución.
Si calla o consensua el olvido, quedará retratada.
No es amenaza: es constatación histórica.
«Los que miran y no actúan terminan firmando la sentencia».
Europa mide con regla.
El pueblo medirá mañana con silencio o con aplauso,
según quién hable y quién vuelva a callar.
Vecino.
Roma cayó muchas veces antes de caer del todo.
Una de ellas, cuando delegó sus tareas técnicas en el germano.
Eran valientes en la frontera,
pero torpes en la administración.
Confundieron el mando con la gestión,
la voz con el método.
Roma lo pagó con sus acueductos;
nosotros lo pagamos con siete millones perdidos.
Y si el poder no aparta del mando a quienes no alcanzan el mínimo,
acabará inscrito en el mismo censo de las ciudades indulgentes:
las que supieron que algo iba mal y no movieron un dedo.
No hay invasores más peligrosos
que los que el poder protege dentro de sus muros.
Europa mide.
Roma advirtió.
El mármol recuerda.
Una vez leído, no podrá ser desleído.
![[Img #18606]](https://calpdigital.es/upload/images/05_2025/5131_fran-perona.jpg)
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

Vecino,
A ti te engañan.
No a Europa.
Europa mide.
Europa pone nota.
Nuestros representantes no llegaron al mínimo.
Suspenso técnico.
Suspenso moral.
Mientras tanto,
sufres la abusiva tasa de basura que acabas de pagar.
Calp ha dejado de ingresar 7 millones de euros.
No por castigo, sino por incapacidad técnica.
El municipio quedó fuera de los fondos europeos EDIL,
su propuesta no alcanzó el mínimo exigido de 50 puntos sobre 100.
Así lo dice la resolución oficial.
El dato es objetivo,
pero la explicación oficial es un laberinto de frases vagas.
Sin embargo, la norma es clara:
quien no llega al mínimo, queda descartado.
Europa no penaliza ideologías; penaliza la falta de método.
Mientras tanto, la tasa de basura es el doble o el cuasi triple que antes:
por el dinero que no llega y por la factura que ya llegó.
¿Quién paga?
Tú.
Siempre tú, vecino.
El mínimo no es una cifra.
Es la frontera entre el método y la excusa.
Entre gobernar y fingir.
En derecho, los indicios son las huellas de la verdad.
Aquí están los nuestros:
1. - Una propuesta que no supera el estándar mínimo.
2. - Una tasa de basura que se duplicó.
3. - Siete millones dejados de ingresar.
4. - Ningún responsable que lo explique con claridad.
Todo encaja: el problema no fue Europa.
El problema fue la preparación.
En tiempos de Augusto,
quien fallaba en la administración de una provincia
era llamado de vuelta a Roma para rendir cuentas ante el Senado.
No se consideraba afrenta; se consideraba justicia.
Porque el Imperio sabía,
que el mal desempeño contamina más que el enemigo.
Hoy deberíamos recordar esa lección:
quien no logra el mínimo no necesita enemigos,
necesita reemplazo.
Otros pueblos sí hicieron los deberes,
aunque no todos lograran la nota.
Aquí ni siquiera abrimos el libro.
Benidorm, La Nucía y Polop fueron aceptados.
Altea y Alfaz del Pi superaron la cota.
Podríamos pedirles que nos expliquen cómo lo hicieron y
que nos lean sus hojas de ruta.
Ellos llegaron al menos al mínimo.
Aquí, no.
Que expliquen.
Que escuchemos.
Y que aprendamos.
En Roma se enseñaba una lección simple:
la virtus era oficio, no adorno.
Quien gobernaba una provincia sin planificación,
debía rendir cuentas ante el Senado.
El mérito no era la fuerza ni la oratoria,
sino la capacidad de prever, ordenar y ejecutar.
Así se levantaron acueductos, calzadas, leyes.
La República prosperó mientras el método fue norma.
El desastre comenzó cuando el método se cambió por el instinto.
Cuando los cargos dejaron de estudiar los mapas
y empezaron a confiar en el azar de sus discursos.
Roma cayó muchas veces antes de caer del todo.
Cada caída fue una excusa disfrazada de informe.
La historia lo enseña sin ánimo de ofensa:
cuando el poder delega en quien no domina la técnica,
surgen los bárbaros.
Y entonces aparecieron los germanos.
Al principio fueron soldados de frontera,
aliados de Roma, después generales del Imperio.
Tenían fuerza, coraje, atrevimiento,
pero nunca fueron finos en el pensamiento ni en la administración.
No eran constructores: eran cruzadores de ríos.
La planificación les aburría; preferían la sorpresa.
La historia lo explica sin malicia:
el germano aprendió a mandar antes de aprender a gobernar.
Tomó la Roma que admiraba,
pero no entendió su método.
Y así convirtieron la ciudad del orden en un mosaico de impulsos y excusas.
Aquella mezcla de valentía y desorganización fue el principio de la caída.
No porque fueran enemigos,
sino porque no comprendía lo que dirigía.
Hoy, en Calp, el poder se comporta igual:
pretende dirigir sin entender lo que gestiona.
Habla de futuro con informes que no pasan mínimos.
Sube tasas con omisiones que pierden millones.
Y cuando Europa suspende,
responde con frases que a otro idioma.
Vecino,
El problema no es la lengua: es el método.
El germano de nuestro tiempo es ese dirigente que confunde entusiasmo con oficio.
Que cree que mandar es el éxito.
Y que, cuando fallan, culpan al mensajero o al calendario.
Europa no castiga a los bárbaros.
Castiga a las ciudades y al bárbaro que dejan gobernar.
Ahora nos dicen que «se analizará si procede recurrir».
En el foro romano eso se habría tomado como una burla.
Cicerón —que conocía bien la política y el cinismo—
escribió en sus Filípicas que decía:
«[…] el Estado perece cuando los incompetentes
creen que hablar sustituye al deber».
Y eso es exactamente lo que escuchamos hoy:
el poder que recurre con palabras lo que no supo cumplir con método.
La República romana sobrevivió siglos porque tenía un principio:
el poder se protege a sí mismo depurando sus errores.
Cuando el cónsul Varrón perdió la batalla de Cannas,
regresó a Roma esperando ser castigado.
El Senado no lo ejecutó,
pero tampoco lo mantuvo en el cargo.
Le agradecieron no haber desesperado —y le retiraron el mando.
Era su manera de decir:
«Agradecemos tu valor, pero la ciudad necesita a quien acierte».
Hoy deberíamos recordar esa lección:
quien no logra el mínimo no necesita enemigos,
necesita reemplazo.
Los romanos creían que la verecundia —la vergüenza pública—
era la frontera que separaba la política de la desvergüenza.
Quien perdía la vergüenza, perdía el cargo.
No hacía falta moción:
bastaba el silencio del foro.
Benidorm, La Nucía y Polop ya tienen el visto bueno.
Altea y Alfaz sí superaron el mínimo.
No es vanidad compararlos; es pedagogía.
Ellos pasaron la puerta. Nosotros nos quedamos fuera.
Europa mide con la misma regla para todos.
Y cuando el vecino aprueba y tú no,
ya no puedes culpar al temario.
Solo puedes mirar tu método.
Marco Aurelio escribió:
«Lo que no se mide, se descompone».
La virtud sin método se marchita;
la intención sin calendario se vuelve excusa.
Europa no nos pidió heroísmo,
nos pidió orden.
Y el orden, vecino, es la forma más alta de compasión:
permite que los recursos lleguen a tiempo a quien los necesita.
Perdimos ≈ 7,4 millones de inversión europea por falta de método.
Y mientras el dinero se alejaba, sufres la tasa de basura.
Fallaron arriba.
Cobraron abajo.
La Annona romana era el reparto de grano.
Un alivio momentáneo que mantenía a la plebe tranquila.
Hoy tenemos la versión moderna:
bonos, parches, diplomas.
Saciamos el día y olvidamos el siglo.
El pan que falta se sustituye por fotos.
El mármol no come de eso.
El pueblo que paga dos veces aprende a vivir en resignación,
y la resignación es el peor impuesto.
Epicteto decía que la libertad no consiste en hacer lo que uno quiere,
sino en querer lo que debe.
Nos hemos acostumbrado a querer sin deber.
A exigir sin preparar.
A invocar Europa sin estudiar sus normas.
La ciudad libre no es la que se queja, sino la que corrige.
Mañana hay PLENO.
La oposición no tiene por qué ser teatro ni oposición por sistema.
Tiene, primero, una obligación mínima:
preguntar, fiscalizar, exigir.
Si no lo hace, su función desaparece.
Si maquilla su silencio con entrevistas y fotos,
habrá cambiado la crítica por complacencia.
No pedimos épica; pedimos diligencia. Mañana en el pleno esperamos que las voces no se escondan detrás de ruedas de prensa:
- ¿Va a pedir la oposición explicaciones claras de por qué
Calp no alcanzó el mínimo exigido por Europa?
- ¿Van a exigir que se publique la hoja de puntuaciones
o seguiremos creyendo en comunicados sin datos?
- ¿Obligarán a aprobar un plan correctivo firmado,
con fechas y consecuencias, o volverán al «si procede»?
- ¿Seguirán subiendo la tasa de basura
mientras la ciudad deja de ingresar fondos europeos?
- ¿Defenderán el silencio del poder
o el derecho del pueblo a saber la verdad?
Cada silencio a una de estas preguntas será leído como decisión.
Son ejemplos que se pueden invitar para que expliquen su ruta para la «mejora de mínimos».
Si la oposición no trae esos ejemplos al pleno, pierde la oportunidad de marcar la diferencia.
Y la ciudadanía no olvida dos cosas: la palabra que no se dijo y la cuenta que le llegó.
No pedimos castigo: pedimos dignidad administrativa.
Porque un gobierno puede errar,
pero no puede ocultar ni justificar un error que ya está escrito en una resolución pública.
Mañana en el pleno, el vecindario escuchará.
Si la oposición habla con coraje y técnica, salvará la institución.
Si calla o consensua el olvido, quedará retratada.
No es amenaza: es constatación histórica.
«Los que miran y no actúan terminan firmando la sentencia».
Europa mide con regla.
El pueblo medirá mañana con silencio o con aplauso,
según quién hable y quién vuelva a callar.
Vecino.
Roma cayó muchas veces antes de caer del todo.
Una de ellas, cuando delegó sus tareas técnicas en el germano.
Eran valientes en la frontera,
pero torpes en la administración.
Confundieron el mando con la gestión,
la voz con el método.
Roma lo pagó con sus acueductos;
nosotros lo pagamos con siete millones perdidos.
Y si el poder no aparta del mando a quienes no alcanzan el mínimo,
acabará inscrito en el mismo censo de las ciudades indulgentes:
las que supieron que algo iba mal y no movieron un dedo.
No hay invasores más peligrosos
que los que el poder protege dentro de sus muros.
Europa mide.
Roma advirtió.
El mármol recuerda.
Una vez leído, no podrá ser desleído.
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.
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