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Lunes, 26 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:
Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'

Vecino, la factura no baja, pero el poder se aplaude

O de cómo el certificado y la sentencia se usaron como escudo para no devolver lo que ya se admitió.

Aquí no se aplaude lo que debía hacerse.
Aquí se recuerda lo que no se ha hecho.
Aquí se escribe lo que el poder no quiere leer.

 

Un error. Un cobro excesivo. Un agravio fiscal documentado.
Eso es lo que el poder no ha negado.
Eso es lo que el poder aún no ha reparado.
Y eso es lo que el ciudadano sigue esperando que se devuelva.

 

El poder ha aprendido una técnica:
convertir cada paso en victoria.
Cada trámite en titular.
Cada obligación en hazaña.

 

No gestionan: relatan.
No cumplen: representan.
No reparan: narran.

 

Mientras el pueblo espera,
el poder se aplaude.
Y cuando el poder decide celebrar lo que debía hacer en silencio
es señal de que ya no tiene nada más que ofrecer.

 

Y en ese teatro constante,
el ciudadano deja de ser parte
y empieza a ser público.
Pagador, pero no consultado.
Contribuyente, pero no oído.
Objeto de estudio, pero nunca destinatario de respeto.

 

Pero esta semana ha llegado la solución del relato:
una sentencia urbanística,
y un certificado climático.
Un doble decorado, montado a toda prisa para desviar la vista de lo esencial:
el recibo sigue igual.

 

La sentencia —dicen— demuestra que tenían razón.
Dicen que han ganado.
Que la justicia les da la razón.
Que han vencido en un procedimiento…
que consiste en reconocer que una licencia había caducado
porque había caducado.
Como si descubrir que una fruta podrida no puede venderse convirtiera al frutero en un héroe cívico.

 

Celebran que se ha cerrado un expediente técnico
porque se acabó el plazo.
Un acto que no requiere épica, sino cumplimiento.
Y que, de no haberse producido, habría desembocado en una responsabilidad legal.

 

No es heroísmo.
Es burocracia con fecha.
Sin embargo… lo firmaron como si hubieran reconquistado Jerusalén.
Y esperaron que el pueblo aplaudiera.

 

No gobiernan: decoran.
No asumen: interpretan.
No devuelven: desvían.

 

Del certificado climático, qué decir.
Una hoja técnica convertida en pancarta institucional.
Una validación de planificación a medio plazo usada como excusa inmediata.

 

No devuelven el dinero,
pero sí entregan diplomas.
No piden perdón, pero se autoetiquetan como referentes.
Como si tener un sello verde les absolviera de tener las cuentas rojas.
Como si la sostenibilidad institucional les permitiera contaminar la verdad.

 

No hay reparación, pero hay etiquetas.
No hay disculpas, pero hay hashtags.
No hay justicia, pero hay escenografía con música y catering.

 

El ciudadano que pagó de más
no ha sido escuchado,
solo ha sido sustituido por una narrativa.
Porque ahora el poder ya no responde:
se autopremia.

 

No hay dignidad en lo que han hecho.
Solo estrategia.
Solo relato.
Solo necesidad desesperada de llenar el hueco que deja la falta de reparación.

 

Y mientras tanto,
el recibo sigue sin tocarse.
El agravio sin corregirse.
La indignación sin atenderse.
Pero eso sí:
tenemos un certificado, una sentencia, y otra semana cubierta.

 

Y lo saben.
Y lo esquivan.
Y lo enmascaran.

 

Porque para ellos, el conflicto no es real
mientras tengan una sentencia a la que llamar “hito”.
Mientras tengan un certificado que decir “ejemplo”.

 

Pero esta vez no.

 

Porque ya hay vecinos que preguntan.
Ya hay ciudadanos que recuerdan.
Ya hay una voz que no compite por atención:
compite por verdad.

 

En Roma, el magistrado que convertía la rutina en mérito
era considerado ridículo.
Allí, nadie aplaudía el cumplimiento de un plazo.
Aquí, se enmarca.
Allí, cuando un error no se reparaba,
el Senado se inclinaba.
Aquí, se imprime en papel brillante
y se reparte como si fuera honor.

 

Ya no se trata del dinero.
Se trata de la dignidad.
Porque lo que no se devuelve
se recuerda.
Y lo que se recuerda
tarde o temprano…
se ajusta.

 

[Img #18606]

 

Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

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