O jugamos todos, o rompemos la baraja
Cuando somos tratados como “presuntos” delincuentes en los supermercados
De un
tiempo hacia aquí, cada vez que me acerco a las cajas de los diferentes supermercados,
me siento como un delincuente, y como yo, seguro que muchos de los lectores de esta columna, tendrán la misma sensación.
Al
pagar la compra, las cajeras o cajeros, te miran el billete (normalmente cuando este es
de 10 euros en adelante), lo tocan, rascan la porosidad del billete que tiene
en una zona determinada, y finalmente lo pasan por una máquina que detecta si
los billetes son falsos o verdaderos.
No digo
yo, que las medidas de seguridad, no deban de ser tomadas, al contrario, con
los tiempos que corren, y habiendo tanta desconfianza, cualquiera hoy en día
puede ser portador de uno de estos dineros de circulación no legal…vamos,
hablando en propiedad…más falsos que Judas.
Pero me
niego a ser siempre la parte “presunta”,
porque como dice el dicho: ¡O jugamos todos, o se rompe la baraja!
Esto
viene a cuento porque ya que no conozco al cajero (o sí), no estoy dispuesto a
creer que los billetes que estos trabajadores me devuelven, sean verdaderos,
sino más bien lo contrario, y como yo no tengo máquina que me demuestren si son
auténticos o no, quiero que estos
dineros sean a su vez pasados por estos aparatos (los del propio supermercado),
para comprobar que son verídicos y puedo ponerlos en mí billetera, sin temor. En
cuanto a mirarlos, tocarlos y rascarlos, eso puedo hacerlo yo.
Así que
la próxima vez que entremos a un
supermercado, no lo duden, juguemos todos al mismo juego, y ya me cuentan las caras de los cajeros, y encargados, cuando vean que no nos fiamos de ellos, de la
misma manera que ellos no se fían de nosotros.
De las
bolsas de plástico ya hablaré en otra columna, que eso también tiene su
historia.
De un
tiempo hacia aquí, cada vez que me acerco a las cajas de los diferentes supermercados,
me siento como un delincuente, y como yo, seguro que muchos de los lectores de esta columna, tendrán la misma sensación.
Al pagar la compra, las cajeras o cajeros, te miran el billete (normalmente cuando este es de 10 euros en adelante), lo tocan, rascan la porosidad del billete que tiene en una zona determinada, y finalmente lo pasan por una máquina que detecta si los billetes son falsos o verdaderos.
No digo yo, que las medidas de seguridad, no deban de ser tomadas, al contrario, con los tiempos que corren, y habiendo tanta desconfianza, cualquiera hoy en día puede ser portador de uno de estos dineros de circulación no legal…vamos, hablando en propiedad…más falsos que Judas.
Pero me niego a ser siempre la parte “presunta”, porque como dice el dicho: ¡O jugamos todos, o se rompe la baraja!
Esto viene a cuento porque ya que no conozco al cajero (o sí), no estoy dispuesto a creer que los billetes que estos trabajadores me devuelven, sean verdaderos, sino más bien lo contrario, y como yo no tengo máquina que me demuestren si son auténticos o no, quiero que estos dineros sean a su vez pasados por estos aparatos (los del propio supermercado), para comprobar que son verídicos y puedo ponerlos en mí billetera, sin temor. En cuanto a mirarlos, tocarlos y rascarlos, eso puedo hacerlo yo.
Así que la próxima vez que entremos a un supermercado, no lo duden, juguemos todos al mismo juego, y ya me cuentan las caras de los cajeros, y encargados, cuando vean que no nos fiamos de ellos, de la misma manera que ellos no se fían de nosotros.
De las bolsas de plástico ya hablaré en otra columna, que eso también tiene su historia.
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