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Martes, 25 de Noviembre de 2025

Actualizada Martes, 25 de Noviembre de 2025 a las 13:11:21 horas

Martes, 25 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Editorial

Matar al mensajero

¿Por qué el periodismo local provoca silencios que dicen más que muchas palabras, como si narrar lo evidente fuese motivo suficiente para incomodar a quien mira hacia otro lado?

Hace unos meses escribí aquí sobre la importancia de ese periodismo que se hace a pie de calle, el que se construye escuchando conversaciones en la plaza, sentándose en un banco del paseo o atendiendo la llamada de quien necesita que alguien le escuche. Hoy vuelvo a este espacio con una sensación que me ronda desde hace tiempo: lo sencillo que resulta “matar al mensajero” cuando lo que se cuenta no encaja con las expectativas de quien preferiría que la realidad fuese otra.

 

A medida que los artículos calan más en los lectores, y que hay más ojos leyendo con atención, se multiplican también las voces que quieren conversar, debatir, aclarar o compartir matices. Ese intercambio, en su mejor versión, es oro puro: te obliga a pensar, explicar y escribir mejor. Pero junto a ese grupo aparece siempre una minoría que no quiere dialogar, sino corregir. Que no pretende entender, sino dictar. Que se acerca no para aportar, sino para señalar aquello que no encaja con “su verdad”.

 

No entraré hoy en el debate sobre qué es la verdad. Quizá otro día. Hoy quiero hablar de esa parte del oficio que apenas se ve: lo que ocurre detrás de cada texto. Desde fuera, desde la comodidad de una pantalla, todo parece fácil. Se piensa que uno escribe con una mano y toma café con la otra. Pero el periodismo, este oficio que pisamos y palpamos cada día, no se aprende en un manual. Uno no nace periodista; se hace. A base de aciertos, de errores, de paciencia, de noches en vela, de conversaciones incómodas y de mantener la calma cuando alguien llega decidido a descargar su enfado sobre quien escribe.

 

Hay que saber escuchar la queja del vecino que se siente ignorado, encajar las críticas de quienes leen solo para buscar una grieta y, sobre todo, capear los silencios tensos o las miradas afiladas de aquellos a quienes no les gusta que ciertas cosas se cuenten, en un escenario donde la incomodidad se disfraza de cordialidad. No hace falta señalar a nadie. Ellos ya saben quiénes son. Y, pese a todo, forman parte del paisaje inevitable de este oficio.

 

La realidad es que informar cuando el mar está en calma es sencillo. Pero no todo es color de rosa. Lo difícil llega cuando el oleaje incomoda a quien preferiría que la superficie permaneciera quieta. Cuando toca publicar algo que no gusta, algo que cuestiona, algo que revela más de lo conveniente. Y ahí, siempre, aparece alguien molesto, alguien que asume que la crítica que recibe la noticia es, por extensión, culpa de quien la firma. Como si el periodista fuese responsable de lo que otros hacen, dicen o deciden. Esa persona que preferiría que ciertos asuntos quedaran bajo una alfombra que ya soporta demasiadas cosas.

 

Muchos piensan que escribir es un paseo. Que publicar es pulsar un botón y seguir con la vida. Pero publicar implica consecuencia. Implica hacerse responsable de un relato que otros protagonizan. Implica, a veces, convertirse en el blanco de quien preferiría que ciertas cosas se callasen. Implica ver cómo se revuelven algunos gestos cada vez que un tema se hace incómodo. Que nadie se engañe, ese malestar siempre encuentra un camino para llegar al periodista, venga de donde venga.

 

Uno a veces piensa en cerrar la libreta, guardar el bolígrafo y dedicarse a otra cosa. En poner distancia de por medio. En vivir sin el ruido, sin las presiones, sin las sutilezas que a veces vienen envueltas en sonrisas, pero pesan como piedras. Una vez recorrido el camino, la balanza se decanta en favor de la humildad, en que siga teniendo sentido poder contar lo que ocurre, aunque haya quien preferiría que no se contase. Porque, al final, el mensajero también se mira al espejo, respira hondo y se recuerda por qué empezó en esto: para que cada tema se conozca tal cual es, incluso cuando a algunos les incomode mirarlo de frente.

 

Juan José Martínez Sendra
Jefe de Redacción en www.calpdigital.es

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