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Martes, 04 de Noviembre de 2025

Actualizada Martes, 04 de Noviembre de 2025 a las 13:02:55 horas

Lunes, 03 de Noviembre de 2025 Tiempo de lectura:
Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'

Vecino. Cuando el pueblo llegó primero.

O de cómo el agua puso a prueba al poder y solo el pueblo supo responder.

Vecino,

 

El 29 de octubre de 2024 el cielo se rompió.
En unas horas, Valencia se convirtió en un mar sin nombre.
Calles convertidas en ríos, casas flotando, pueblos enteros incomunicados.

 

No hubo órdenes.
No hubo centros de mando.
Hubo vecinos.

 

Camionetas privadas abriendo paso,
mujeres arrastrando mantas y niños,
pescadores improvisando rescates con sus barcas.

 

Nadie preguntó quién mandaba.
Nadie pidió permiso.
El pueblo llegó primero.

 

Y llegó descalzo, sin chaleco, sin cámara.
Llegó con lo único que todavía funciona cuando todo falla:
la decencia.

 


 

Mientras tanto, el «President» comía en el Ventorro.
En un restaurante seco, a kilómetros del agua.
El presidente valenciano tardó horas en presentarse en el Cecopi.
Horas que no se miden con reloj:
se miden con vidas.

 

La tormenta ya no era meteorológica: era moral.
La lluvia caía sobre tejados,
pero el silencio caía sobre los despachos.

 

Cuando el pueblo se ahogaba,
el «President» todavía estaba sirviendo el postre.

 

Un año después aún no sabemos
dónde estuvo exactamente durante las horas más críticas.
Sí sabemos, en cambio, que su agenda no se detuvo.

 


 

Un día después, el 30 de octubre de 2024,
mientras los cuerpos aún se buscaban entre el barro,
el Congreso mantuvo su pleno.
No para rendir homenaje,
sino para votar el asalto del Consejo de RTVE.

 

Con 175 votos a favor,
la mayoría decidió que la prioridad no era el agua, sino la antena.
Y así, mientras España se ahogaba,
el Gobierno votaba su propio relato.

 

Se suspendió la sesión de control, no el pleno.
La prioridad no era el lodo, sino la televisión.

 

El pueblo remaba;
el Estado, votaba.

 

El agua arrastró coches,
y el Parlamento arrastró dignidad.

 

Las tormentas no matan.
Lo que mata es la desidia.

 

Un año después, la misma cadena pública
emitió un especial conmemorativo sin una sola crítica (misión cumplida),
solo alzó la voz contra quien estaba en ese 29 de octubre en el Ventorro.
Y la televisión salvó la imagen de quien la asaltó ese 30 de octubre.

 

Plan sin fisuras.

 


 

Tras la votación llegó el puente, [uno de noviembre (viernes)],
y con él, el silencio estatal.

 

Mientras el barro se secaba y las familias velaban a sus muertos,
los responsables se marcharon de descanso.
El poder viajó. El pueblo se quedó.

 

La tragedia fue tapada por la agenda,
la incompetencia por la retórica,
y la dignidad por las cámaras.

 


 

España no activó el nivel 3 de la Ley 17/2025, no activó la emergencia de interés nacional.
Ningún decreto de emergencia. Ninguna orden clara.

 

Solo una frase que ya forma parte de la historia de la desidia:
«Si necesitan ayuda, que la pidan».

 

Con esas seis palabras se firmó el acta de abandono.
El Estado no reaccionó. Observó.
Y fueron los bomberos franceses quienes llegaron antes que los españoles.
No por falta de valor,
sino porque aquí nadie los organizó.

 


 

Un año después, los mismos que llegaron tarde volvieron al lugar de los hechos.
Colocaron coronas, encendieron velas,
y hablaron de coordinación, de aprendizaje, de «experiencia compartida».
Pero el barro no entiende de marketing.
Las autoridades celebran homenajes sin alma,
leen discursos redactados por asesores
y posan ante velas que otros encendieron.

 

La tragedia se ha convertido en protocolo.
Y la compasión, en hashtag.

 

Pero el pueblo no olvida:
recuerda quién llegó primero.

 


 

Cada octubre el calendario traerá el mismo rito.
Homenajes, coronas de flores, declaraciones, fotos.
Una liturgia del arrepentimiento sin arrepentidos.

 

No hay culpables porque no hay responsables.
No hay responsables porque no hay memoria.
Solo protocolo.
Y el protocolo, como el barro seco,
se pega a los zapatos del alma.

 


 

El pueblo no tiene gabinete de prensa.
Tiene memoria.
Tiene rabia.
Tiene dignidad.

 

Sigue pagando impuestos para sostener a quienes le fallaron.
Sigue esperando las ayudas que nunca llegan.
Sigue trabajando mientras los que deben rendir cuentas
preparan su siguiente discurso.

 

Y, aun así,
el pueblo no odia.
No grita.
Solo recuerda.

 


 

En medio de ese vacío, el pueblo hizo lo que sabe hacer: actuar.
La calle se llenó de voluntarios,
de improvisados ingenieros, de vecinos que sacaban agua a cubos.

 

Una mujer, al día siguiente, colgó un cartel improvisado:
Calle de los Voluntarios de la DANA.

 

No fue un decreto.
Fue gratitud.
Y esa placa, clavada en una pared de barro,
es el único homenaje que no necesita presupuesto ni protocolo.

 

El Estado no vino.
El pueblo ya estaba.

 

También hubo orgullo, y debe quedar escrito.

 

Desde Calp salieron manos, camiones y mantas.
Voluntarios, asociaciones, cuerpos de seguridad y vecinos.
No preguntaron de quién era la competencia ni esperaron órdenes: fueron.
Y con ellos, pueblos de toda España que mandaron ayuda,
víveres, maquinaria y esperanza.

 

Las autoridades locales hicieron lo que el poder central no supo: reaccionar.
Sin focos, sin discursos, con sentido del deber.
Esa red de solidaridad anónima, tejida entre municipios,
fue el verdadero Estado durante aquellos días.
 

Porque la DANA no solo reveló negligencias;
también mostró la nobleza invisible de un país que,
cuando todo se hunde,
aún sabe levantarse unido.
Y si algo limpio dejó la tormenta, fue eso:
la certeza de que, cuando el país se ahoga, los pueblos se salvan entre sí.

 


 

Dicen que el agua purifica.
No es verdad.
El agua revela.
Muestra quién se mueve y quién posa.
Quién llega y quién justifica.
Quién rescata y quién vota su televisión.

 

El 29 de octubre, la naturaleza habló.
El 30, la política repitió sus viejos errores.
Y desde entonces, llueve distinto.
Cada gota suena a juicio.

 


 

No hubo líderes.
Hubo vecinos.
No hubo decretos.
Hubo manos.
El agua habló.
El barro juzgó.

 

Y el mármol escribe:

 

«No fue la DANA la que arrasó Valencia.
Fue la desidia compartida de dos gobiernos:
uno que llegó tarde, y otro que calló
».

 

El pueblo llegó primero.
Y eso, ya no se puede desleer.

 

Y aunque el agua se fue, la herida sigue mojando la conciencia.

 

Francisco Ramón Perona García

 

Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

 
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