Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'
Vecino. «Foc en Ifach, moros en la costa».
O de cómo las señales antiguas aún sirven para avisar de los errores nuevos.
Vecino,
Hoy el Lunes Negro no acusa: recuerda.
Recuerda el fuego en lo alto del Peñón,
«Foc en Ifach, foc en ifach.
Moros en la costa».—gritaban los vigías—
cuando el peligro venía por mar.
No para asustar.
Para avisar.
Aquel fuego no era miedo: era método.
Era una alarma que no dividía; organizaba.
Una comunidad pequeña defendiendo lo que era suyo,
sin presupuestos, sin regidorias, sin burócratas.
Estos días, Calpe se mira al espejo.
Y el espejo le devuelve orden, música, pólvora.
Kábilas, capitanías, bandas.
Método.
Identidad.
De padres a hijos.
Estuve en el desfile.
Me crucé con media vida del pueblo: festeros, músicos, voluntariado,
vecinos en la silla y en el balcón.
Un 10 por el esfuerzo, el espectáculo y la convivencia.
Hoy tocaba felicitar a quienes lo hacen posible.
Da orgullo ver a Calp así, tan bien hecha.
Vi a la juventud tomando el relevo en el desfile.
Y esta semana, un joven calpino escribió una columna
que fue muy leída.
Identidad y conciencia a la vez.
La ciudad no está perdida:
está aprendiendo a medirse.
Cada octubre recordamos el Miracle:
la alarma del Peñón —“Foc en Ifach, foc en Ifach, moros a la costa!”—,
el desembarco enemigo, la traición de Moncófar,
la rapidez de Caragol y la ayuda del Crist de la Suor
cerrando el Portalet a tiempo.
La ciudad que parecía perdida se salvó porque llegó a máximos:
valentía, planificación y fe compartida.
La medida de Calp es de máximos.
Por eso duele escuchar que no alcanzamos un mínimo.
Y aquella villa que supo levantarse con método no merecería hoy oír lo contrario.
Esta semana el pleno volvió a ser un espejo roto.Mucho discurso.Ninguna verdad.
Europa habló con regla.
Calp respondió con relato.
Siete millones menos.
Siete excusas más.
Y entre tanto tecnicismo,
nadie dijo lo que el pueblo ya sabe:
que cuando no se mide, se miente.
Que cuando no se planifica, se improvisa.
Mientras el eco de esas cifras aún resonaba,
surgió otro anuncio
Vivienda pública, decían.
Promesa vieja, nombre nuevo.
Una parcela que fue colegio.
Un futuro que será alquiler.
Sin fechas.
Sin memoria económica.
Sin cronograma.
Otra vez, el verbo vacío:
«Estamos trabajando en ello».
Frase que ya no significa nada.
Excusa que huele a polvo.
El calpino no fue nunca de mínimos.
No espera a que le digan cuándo actuar: actúa.
No confunde la fe con el espectáculo,
ni el compromiso con la foto.
En la leyenda, Moncófar traiciona a los suyos y guía al invasor.
En la vida pública, la traición de hoy se llama mala gestión:
prometer sin calendario, perder oportunidades por falta de método,
pedir paciencia mientras se diluye la confianza.
No vamos a señalar a nadie.
Jugamos con las palabras —como manda el mármol—:
Moncófar es todo discurso que abre la puerta al fracaso.
Caragol es todo vecino que la cierra a tiempo con trabajo y verdad.
La fiesta recuerda una lección.
Cuando arde Ifach, el pueblo corre a máximos.
Hay deber.
Hay precisión.
Hay comunidad.
La tradición lo cuenta claro.
Un traidor abre la villa.
Un joven la cierra.
Y la fe sostiene.
Moncófar guía al enemigo.
Caragol empuja el Portalet.
El Cristo de la Suor alumbra el valor.
Si el festero honra el minuto,
el poder debe honrar la fecha.
Si la comisión publica horarios,
el ayuntamiento debe publicar avances.
Si el vecino cumple con sus impuestos,
el poder debe cumplir con sus promesas.
Es un relato antiguo.
Y una lección moderna.
Moncófar es cada excusa.
Cada «ya se hará».
Cada «el proyecto sigue».
Cada «si nos fondos ajenos serán con propios».
El desorden no grita: bosteza.
Y su bostezo cansa más que la batalla.
La ciudad se duerme.
Los planes se pierden.
El método desaparece.
Y el peligro se instala en el calendario vacío.
Y justo cuando parece que todo bosteza, alguien vuelve a encender la llama
Caragol no habla: actúa.
Sabe que la defensa empieza antes del ataque.
Sabe que una ciudad se protege con orden,
no con discursos.
Hoy Caragol tiene rostro de compromiso,
de madre que cose trajes,
de músico que ensaya sin sueldo,
de joven que escribe en una columna lo que siente.
El artículo de Borja fue otra hoguera.
Una piedra encendida en mitad del silencio.
La prueba de que el fuego cívico no se apaga:
solo espera su turno.
En lo alto del pueblo,
el Santísimo Cristo del Sudor observa.
Cada año sale en procesión para recordar
que la fe no es pedir, sino cumplir.
Que proteger lo común es una forma de oración.
Que el trabajo honesto también es devoción.
Como cada año,
nuestra villa volvió a encender su fuego.
No en la muralla, sino en las calles del desfile.
Se sentía la misma fuerza
Nada improvisado, nada casual.
Todo en su hora. Todo en su sitio.
Vi el mismo espíritu que salvó la villa:
orgullo, método, comunidad.
La historia dice que, cuando el fuego ardía en Ifach,
era señal de peligro.
Hoy, ese fuego debe arder por otra razón:
para recordarnos que el método, la fe y la identidad
siguen siendo nuestra mejor defensa.
Las fiestas no dependen del poder.
Depende del pueblo.
Por eso sale.
Porque hay método.
Porque hay calendario.
Porque la ciudad sí sabe organizarse.
Si el pueblo logra un desembarco a tiempo,
¿cómo no va a lograr el ayuntamiento un expediente a tiempo?
Las señales están ahí:
un pueblo que funciona,
el poder que improvisa,
una historia que enseña,
una juventud que despierta.
Porque el pueblo ha vencido de nuevo,
sin guerra, sin galeras y sin ruido.
Solo con orden, compás y verdad.
Vecino.
recuerda la señal.
Moncófar fue desastre.
Caragol fue orden.
El Santísimo Crist de la Suor fue luz.
Y el Ifach encendido sigue siendo aviso.
Las señales siguen encendidas.
Y quien no las quiera ver, será su propia costa en llamas.
Máximos frente a mínimos.
Método frente a excusa.
Luz frente a humo.
Europa mide.
El pueblo aprueba.
El poder, que aprenda.
El mármol sonríe.
Una vez leído, no podrá ser desleído.
![[Img #18606]](https://calpdigital.es/upload/images/05_2025/5131_fran-perona.jpg)
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

Vecino,
Hoy el Lunes Negro no acusa: recuerda.
Recuerda el fuego en lo alto del Peñón,
«Foc en Ifach, foc en ifach.
Moros en la costa».—gritaban los vigías—
cuando el peligro venía por mar.
No para asustar.
Para avisar.
Aquel fuego no era miedo: era método.
Era una alarma que no dividía; organizaba.
Una comunidad pequeña defendiendo lo que era suyo,
sin presupuestos, sin regidorias, sin burócratas.
Estos días, Calpe se mira al espejo.
Y el espejo le devuelve orden, música, pólvora.
Kábilas, capitanías, bandas.
Método.
Identidad.
De padres a hijos.
Estuve en el desfile.
Me crucé con media vida del pueblo: festeros, músicos, voluntariado,
vecinos en la silla y en el balcón.
Un 10 por el esfuerzo, el espectáculo y la convivencia.
Hoy tocaba felicitar a quienes lo hacen posible.
Da orgullo ver a Calp así, tan bien hecha.
Vi a la juventud tomando el relevo en el desfile.
Y esta semana, un joven calpino escribió una columna
que fue muy leída.
Identidad y conciencia a la vez.
La ciudad no está perdida:
está aprendiendo a medirse.
Cada octubre recordamos el Miracle:
la alarma del Peñón —“Foc en Ifach, foc en Ifach, moros a la costa!”—,
el desembarco enemigo, la traición de Moncófar,
la rapidez de Caragol y la ayuda del Crist de la Suor
cerrando el Portalet a tiempo.
La ciudad que parecía perdida se salvó porque llegó a máximos:
valentía, planificación y fe compartida.
La medida de Calp es de máximos.
Por eso duele escuchar que no alcanzamos un mínimo.
Y aquella villa que supo levantarse con método no merecería hoy oír lo contrario.
Esta semana el pleno volvió a ser un espejo roto.Mucho discurso.Ninguna verdad.
Europa habló con regla.
Calp respondió con relato.
Siete millones menos.
Siete excusas más.
Y entre tanto tecnicismo,
nadie dijo lo que el pueblo ya sabe:
que cuando no se mide, se miente.
Que cuando no se planifica, se improvisa.
Mientras el eco de esas cifras aún resonaba,
surgió otro anuncio
Vivienda pública, decían.
Promesa vieja, nombre nuevo.
Una parcela que fue colegio.
Un futuro que será alquiler.
Sin fechas.
Sin memoria económica.
Sin cronograma.
Otra vez, el verbo vacío:
«Estamos trabajando en ello».
Frase que ya no significa nada.
Excusa que huele a polvo.
El calpino no fue nunca de mínimos.
No espera a que le digan cuándo actuar: actúa.
No confunde la fe con el espectáculo,
ni el compromiso con la foto.
En la leyenda, Moncófar traiciona a los suyos y guía al invasor.
En la vida pública, la traición de hoy se llama mala gestión:
prometer sin calendario, perder oportunidades por falta de método,
pedir paciencia mientras se diluye la confianza.
No vamos a señalar a nadie.
Jugamos con las palabras —como manda el mármol—:
Moncófar es todo discurso que abre la puerta al fracaso.
Caragol es todo vecino que la cierra a tiempo con trabajo y verdad.
La fiesta recuerda una lección.
Cuando arde Ifach, el pueblo corre a máximos.
Hay deber.
Hay precisión.
Hay comunidad.
La tradición lo cuenta claro.
Un traidor abre la villa.
Un joven la cierra.
Y la fe sostiene.
Moncófar guía al enemigo.
Caragol empuja el Portalet.
El Cristo de la Suor alumbra el valor.
Si el festero honra el minuto,
el poder debe honrar la fecha.
Si la comisión publica horarios,
el ayuntamiento debe publicar avances.
Si el vecino cumple con sus impuestos,
el poder debe cumplir con sus promesas.
Es un relato antiguo.
Y una lección moderna.
Moncófar es cada excusa.
Cada «ya se hará».
Cada «el proyecto sigue».
Cada «si nos fondos ajenos serán con propios».
El desorden no grita: bosteza.
Y su bostezo cansa más que la batalla.
La ciudad se duerme.
Los planes se pierden.
El método desaparece.
Y el peligro se instala en el calendario vacío.
Y justo cuando parece que todo bosteza, alguien vuelve a encender la llama
Caragol no habla: actúa.
Sabe que la defensa empieza antes del ataque.
Sabe que una ciudad se protege con orden,
no con discursos.
Hoy Caragol tiene rostro de compromiso,
de madre que cose trajes,
de músico que ensaya sin sueldo,
de joven que escribe en una columna lo que siente.
El artículo de Borja fue otra hoguera.
Una piedra encendida en mitad del silencio.
La prueba de que el fuego cívico no se apaga:
solo espera su turno.
En lo alto del pueblo,
el Santísimo Cristo del Sudor observa.
Cada año sale en procesión para recordar
que la fe no es pedir, sino cumplir.
Que proteger lo común es una forma de oración.
Que el trabajo honesto también es devoción.
Como cada año,
nuestra villa volvió a encender su fuego.
No en la muralla, sino en las calles del desfile.
Se sentía la misma fuerza
Nada improvisado, nada casual.
Todo en su hora. Todo en su sitio.
Vi el mismo espíritu que salvó la villa:
orgullo, método, comunidad.
La historia dice que, cuando el fuego ardía en Ifach,
era señal de peligro.
Hoy, ese fuego debe arder por otra razón:
para recordarnos que el método, la fe y la identidad
siguen siendo nuestra mejor defensa.
Las fiestas no dependen del poder.
Depende del pueblo.
Por eso sale.
Porque hay método.
Porque hay calendario.
Porque la ciudad sí sabe organizarse.
Si el pueblo logra un desembarco a tiempo,
¿cómo no va a lograr el ayuntamiento un expediente a tiempo?
Las señales están ahí:
un pueblo que funciona,
el poder que improvisa,
una historia que enseña,
una juventud que despierta.
Porque el pueblo ha vencido de nuevo,
sin guerra, sin galeras y sin ruido.
Solo con orden, compás y verdad.
Vecino.
recuerda la señal.
Moncófar fue desastre.
Caragol fue orden.
El Santísimo Crist de la Suor fue luz.
Y el Ifach encendido sigue siendo aviso.
Las señales siguen encendidas.
Y quien no las quiera ver, será su propia costa en llamas.
Máximos frente a mínimos.
Método frente a excusa.
Luz frente a humo.
Europa mide.
El pueblo aprueba.
El poder, que aprenda.
El mármol sonríe.
Una vez leído, no podrá ser desleído.
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.
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