Artículo de opinión de Calp - Columna 'Los lunes negros'
Vecino, Zona azul. Zona ciega. Zona muerta.
O de cómo el pueblo da vueltas… mientras el poder pasea.
Este artículo no es mío.
Me ha sido pedido. Me ha sido entregado.
Por dos voces que no saldrán en la foto, pero que han empezado a hablar.
Las comerciantes no me hablaron como afiliadas.
Me hablaron como ciudadanas.
Igual que tú.
No han venido a pedirme audiencia.
Han venido a decir basta.
Una gestiona un espacio de inspiración.
La otra dirige un rincón donde el detalle importa.
Ninguna afiliada.
Ninguna subvencionada.
Ambas: ciudadanas.
Me pidieron que escribiera lo que ya saben todos:
Que el comercio sin rotación no aguanta.
Que el vecino sin espacio no consume.
Que la ciudad sin orden se disuelve.
Y no hay color que tape eso.
No hay partido que tenga derecho a apropiarse de lo que tú vives cada día.
Ambas han escuchado lo mismo:
“Lo siento, he dado cinco vueltas, no aparco… me voy”.
No lo han dicho con rabia.
Lo han dicho con realidad.
Porque ya no es un caso. Es una constante.
El tráfico se estanca. El cliente se marcha.
El comercio se enfría.
Roma respetaba a quien callaba por prudencia.
Pero despreciaba al que callaba por miedo.
La asociación empresarial calla.
La oposición desaparece.
La gente da vueltas, se va, y nadie les responde.
No hay escudo.
Y mientras eso ocurre…la asociación mira al suelo.
La oposición mira al cielo.
Y el poder, a la cámara.
El Imperio Romano no temía al enemigo exterior:
temía a la incompetencia interior.
Porque el poder que no prevé, no gobierna:
improvisa.
En Calp, sabían que caducaba.
Sabían que se acababa. Y aun así, dejaron que el caos se instalara sin barreras.
Hoy no hay gestión.
Hay espera.
Hay pérdida.
Hay desconfianza.
No devuelven: maquillan.
No asumen: diluyen.
No reparan: archivan.
¿Cómo se puede colapsar la ciudad… mientras la feria suena?
Aparcar es un combate. Comprar, un milagro.
Pero el poder sonríe entre casetas y paellas fotografiadas.
Sin paso. Sin plaza. Sin voz.
Calp gira como Roma antes de romperse.
El pan ya no alimenta. El circo ya no distrae.
Y cuando ni se circula, ni se escucha, ni se gobierna…
Una ciudad que no permite parar… no puede avanzar.
Y quien no devuelve lo que tomó, no merece el poder que ostenta.
No he escrito esto desde la rabia.
Lo he escrito desde la calle.
Desde un local donde los clientes ya no entran.
Desde una mesa donde el café se enfría por falta de paso.
Desde dos voces que me hablaron sin dramatismo, pero con verdad.
Porque cuando el poder falla y la asociación calla,
alguien tiene que tallar la indignación en piedra.
Y esta piedra lleva nombre común:
ciudadano sin aparcamiento.
comerciante sin defensa.
Cuando lo evidente no se prevé,
no es un error.
Es desprecio organizado.
Pero no se actuó.
No por sorpresa, son por dejadez.
La inercia institucional ya es método.
La ciudad donde aparcar es arte,
gobernar es teatro, y devolver es un rumor mitológico.
El casco brilla más que las cuentas.
Y los hashtags pesan más que el BOE.
Aquí no hay pan, pero hay fotos.
No hay respeto, pero eso sí: tenemos feria, fuegos y un certificado… verde esperanza.
Los emperadores sabían que el aplauso era útil, pero no eterno.
Mientras el pan llegaba, el pueblo perdonaba.
Pero cuando no había trigo, ni circo bastaba.
Hoy, Calp ha invertido la fórmula: ofrece feria sin resolver la factura.
Hay música, pero no hay movilidad.
Hay obras, pero no hay espacio.
Hay fotos, pero no hay soluciones.
Ni asociación, ni administración, ni oposición.
Solo una barra de feria y un silencio cómplice.
No ordenan: improvisan.
No circulan: obstruyen.
No facilitan: detienen.
Hoy, Calp asfalta y asfalta, pero no escucha.
Construye sin permitir andar.
Decora sin permitir parar.
Habla sin oír a quienes giran por sexta vez buscando hueco.
Esta entrega no exige.
No hace preguntas.
No formula acusaciones.
Solo pone el espejo.
Y lo que se ve es esto:
Una ciudad confundida.
Un comercio que resiste en solitario.
Un vecino que ya no gira por costumbre…
sino por resignación.
No se trata de coches.
Se trata de dirección.
No se trata de contratos.
Se trata de confianza.
No se trata de pintar calles.
Se trata de gobernar una comunidad.
Y esta vez, el mármol no lanza una queja.
Escribe una advertencia.
Cuando el poder se suspende, el pueblo no espera.
El pueblo se organiza. Y lo que no se gobierna… se reemplaza.
En el ocaso de Roma, el Senado empezó a premiarse a sí mismo. Se regalaban coronas mientras se perdían provincias. La piedra seguía firme, pero vacía. Como ahora: mucho aplauso, pero nadie dirige. Todo es ceremonia. Nada es solución.
No hay zona azul.
No hay rotación.
No hay lógica urbana.
Solo improvisación vestida de obra.
Solo propaganda donde debía haber previsión.
Y mientras tanto, la ciudad late, pero con taquicardia.
Y cuando el ciudadano gira sin parar…
la ciudad ya no es un lugar.
Es una trampa de asfalto donde nadie responde.
No resuelven: decoran.
No compensan: posan.
No reconocen: reformulan.
Porque si no lo sabían, no pueden gobernar.
Y si lo sabían y no hicieron nada… no quieren gobernar.
Nadie en Roma osaba poner una piedra sin prever la ruta del carro.
Hoy, ponen ferias sin prever cómo llegar.
La zona azul ha muerto.
El contrato caducó.
La solución no llegó.
La excusa se repite.
Y los coches siguen girando.
No por tráfico.
Por abandono.
Un comerciante sin cliente es un romano sin foro.
Un pueblo sin aparcamiento es una ciudad sin arterias.
Y un gobierno que no lo ve… ya ha colapsado.
Roma no cayó por las lanzas.
Cayó cuando el mercante cerró su tienda.
Cuando el carro no pudo pasar.
Cuando la vida urbana fue sacrificada
para que el poder pudiera pasearse sin ser molestado.
No hay alegría. Hay coreografía.
No hay gestión. Hay guion.
No hay pueblo. Hay público.
No hay futuro. Hay titulares.
No hay mando. Solo escenario.
Hoy el comercio local no compite con plataformas.
Compite con la falta de sitio.
Con la incapacidad institucional.
Con una administración que lo deja todo sin voz,
esperando que el ciudadano se resigne como si fuese su culpa.
Y no lo es.
El pan ya no alimenta.
El circo ya no distrae.
Y el pueblo… ya no espera.
Hoy no escribo como jurista.
Tampoco como columnista.
Hoy escribo por dos mujeres que vinieron al tribuno.
Porque en Roma, cuando el Senado se alejaba del pueblo
y gobernaba a espaldas de quienes lo sostenían,
no eran los cónsules quienes hablaban.
Era el Tribuno de la Plebe.
No tenía espada. Tenía palabra.
No prometía poder. Prometía interrupción.
Y su única función era esta:
detener el abuso,
interrumpir el discurso oficial,
y recordar que el pueblo también estaba ahí.
Hoy el abuso no tiene forma de impuesto.
Tiene forma de vacío.
De vuelta sin hueco.
De café que se enfría.
De vitrina sin cliente.
Y si el poder no responde,
que sepa al menos que alguien escucha.
Aquí está el tribuno.
Porque somos legión.
Y el mármol —aunque tarde—
siempre cae.
“Una vez leído, no podrá ser desleído”
![[Img #18606]](https://calpdigital.es/upload/images/05_2025/5131_fran-perona.jpg)
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.

Este artículo no es mío.
Me ha sido pedido. Me ha sido entregado.
Por dos voces que no saldrán en la foto, pero que han empezado a hablar.
Las comerciantes no me hablaron como afiliadas.
Me hablaron como ciudadanas.
Igual que tú.
No han venido a pedirme audiencia.
Han venido a decir basta.
Una gestiona un espacio de inspiración.
La otra dirige un rincón donde el detalle importa.
Ninguna afiliada.
Ninguna subvencionada.
Ambas: ciudadanas.
Me pidieron que escribiera lo que ya saben todos:
Que el comercio sin rotación no aguanta.
Que el vecino sin espacio no consume.
Que la ciudad sin orden se disuelve.
Y no hay color que tape eso.
No hay partido que tenga derecho a apropiarse de lo que tú vives cada día.
Ambas han escuchado lo mismo:
“Lo siento, he dado cinco vueltas, no aparco… me voy”.
No lo han dicho con rabia.
Lo han dicho con realidad.
Porque ya no es un caso. Es una constante.
El tráfico se estanca. El cliente se marcha.
El comercio se enfría.
Roma respetaba a quien callaba por prudencia.
Pero despreciaba al que callaba por miedo.
La asociación empresarial calla.
La oposición desaparece.
La gente da vueltas, se va, y nadie les responde.
No hay escudo.
Y mientras eso ocurre…la asociación mira al suelo.
La oposición mira al cielo.
Y el poder, a la cámara.
El Imperio Romano no temía al enemigo exterior:
temía a la incompetencia interior.
Porque el poder que no prevé, no gobierna:
improvisa.
En Calp, sabían que caducaba.
Sabían que se acababa. Y aun así, dejaron que el caos se instalara sin barreras.
Hoy no hay gestión.
Hay espera.
Hay pérdida.
Hay desconfianza.
No devuelven: maquillan.
No asumen: diluyen.
No reparan: archivan.
¿Cómo se puede colapsar la ciudad… mientras la feria suena?
Aparcar es un combate. Comprar, un milagro.
Pero el poder sonríe entre casetas y paellas fotografiadas.
Sin paso. Sin plaza. Sin voz.
Calp gira como Roma antes de romperse.
El pan ya no alimenta. El circo ya no distrae.
Y cuando ni se circula, ni se escucha, ni se gobierna…
Una ciudad que no permite parar… no puede avanzar.
Y quien no devuelve lo que tomó, no merece el poder que ostenta.
No he escrito esto desde la rabia.
Lo he escrito desde la calle.
Desde un local donde los clientes ya no entran.
Desde una mesa donde el café se enfría por falta de paso.
Desde dos voces que me hablaron sin dramatismo, pero con verdad.
Porque cuando el poder falla y la asociación calla,
alguien tiene que tallar la indignación en piedra.
Y esta piedra lleva nombre común:
ciudadano sin aparcamiento.
comerciante sin defensa.
Cuando lo evidente no se prevé,
no es un error.
Es desprecio organizado.
Pero no se actuó.
No por sorpresa, son por dejadez.
La inercia institucional ya es método.
La ciudad donde aparcar es arte,
gobernar es teatro, y devolver es un rumor mitológico.
El casco brilla más que las cuentas.
Y los hashtags pesan más que el BOE.
Aquí no hay pan, pero hay fotos.
No hay respeto, pero eso sí: tenemos feria, fuegos y un certificado… verde esperanza.
Los emperadores sabían que el aplauso era útil, pero no eterno.
Mientras el pan llegaba, el pueblo perdonaba.
Pero cuando no había trigo, ni circo bastaba.
Hoy, Calp ha invertido la fórmula: ofrece feria sin resolver la factura.
Hay música, pero no hay movilidad.
Hay obras, pero no hay espacio.
Hay fotos, pero no hay soluciones.
Ni asociación, ni administración, ni oposición.
Solo una barra de feria y un silencio cómplice.
No ordenan: improvisan.
No circulan: obstruyen.
No facilitan: detienen.
Hoy, Calp asfalta y asfalta, pero no escucha.
Construye sin permitir andar.
Decora sin permitir parar.
Habla sin oír a quienes giran por sexta vez buscando hueco.
Esta entrega no exige.
No hace preguntas.
No formula acusaciones.
Solo pone el espejo.
Y lo que se ve es esto:
Una ciudad confundida.
Un comercio que resiste en solitario.
Un vecino que ya no gira por costumbre…
sino por resignación.
No se trata de coches.
Se trata de dirección.
No se trata de contratos.
Se trata de confianza.
No se trata de pintar calles.
Se trata de gobernar una comunidad.
Y esta vez, el mármol no lanza una queja.
Escribe una advertencia.
Cuando el poder se suspende, el pueblo no espera.
El pueblo se organiza. Y lo que no se gobierna… se reemplaza.
En el ocaso de Roma, el Senado empezó a premiarse a sí mismo. Se regalaban coronas mientras se perdían provincias. La piedra seguía firme, pero vacía. Como ahora: mucho aplauso, pero nadie dirige. Todo es ceremonia. Nada es solución.
No hay zona azul.
No hay rotación.
No hay lógica urbana.
Solo improvisación vestida de obra.
Solo propaganda donde debía haber previsión.
Y mientras tanto, la ciudad late, pero con taquicardia.
Y cuando el ciudadano gira sin parar…
la ciudad ya no es un lugar.
Es una trampa de asfalto donde nadie responde.
No resuelven: decoran.
No compensan: posan.
No reconocen: reformulan.
Porque si no lo sabían, no pueden gobernar.
Y si lo sabían y no hicieron nada… no quieren gobernar.
Nadie en Roma osaba poner una piedra sin prever la ruta del carro.
Hoy, ponen ferias sin prever cómo llegar.
La zona azul ha muerto.
El contrato caducó.
La solución no llegó.
La excusa se repite.
Y los coches siguen girando.
No por tráfico.
Por abandono.
Un comerciante sin cliente es un romano sin foro.
Un pueblo sin aparcamiento es una ciudad sin arterias.
Y un gobierno que no lo ve… ya ha colapsado.
Roma no cayó por las lanzas.
Cayó cuando el mercante cerró su tienda.
Cuando el carro no pudo pasar.
Cuando la vida urbana fue sacrificada
para que el poder pudiera pasearse sin ser molestado.
No hay alegría. Hay coreografía.
No hay gestión. Hay guion.
No hay pueblo. Hay público.
No hay futuro. Hay titulares.
No hay mando. Solo escenario.
Hoy el comercio local no compite con plataformas.
Compite con la falta de sitio.
Con la incapacidad institucional.
Con una administración que lo deja todo sin voz,
esperando que el ciudadano se resigne como si fuese su culpa.
Y no lo es.
El pan ya no alimenta.
El circo ya no distrae.
Y el pueblo… ya no espera.
Hoy no escribo como jurista.
Tampoco como columnista.
Hoy escribo por dos mujeres que vinieron al tribuno.
Porque en Roma, cuando el Senado se alejaba del pueblo
y gobernaba a espaldas de quienes lo sostenían,
no eran los cónsules quienes hablaban.
Era el Tribuno de la Plebe.
No tenía espada. Tenía palabra.
No prometía poder. Prometía interrupción.
Y su única función era esta:
detener el abuso,
interrumpir el discurso oficial,
y recordar que el pueblo también estaba ahí.
Hoy el abuso no tiene forma de impuesto.
Tiene forma de vacío.
De vuelta sin hueco.
De café que se enfría.
De vitrina sin cliente.
Y si el poder no responde,
que sepa al menos que alguien escucha.
Aquí está el tribuno.
Porque somos legión.
Y el mármol —aunque tarde—
siempre cae.
“Una vez leído, no podrá ser desleído”
Francisco Ramón Perona García (@fran_rpg)
Jurista. Ciudadano. Incómodo.
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